Albariño: mitos y realidades del vino más universal de Galicia

La albariño es una de las uvas estrella de la viticultura gallega, como demuestra el éxito de muchos de los caldos producidos con esta casta: el vino albariño selección albarei, Adegas Valmiñor, Bodegas Fillaboa, Señorío De Sobral, Mar de Frades, etcétera. Sorprende, no obstante, la cantidad de mitos y creencias erróneas que rodean a estas uvas.

 

Una de las más extendidas en la confusión entre el albariño y el alvarinho. Equivocadamente, se considera que este último es una variedad propia de Portugal, siendo en realidad el mismo vino con denominación lusa. Es el mismo vino de uva blanca, de baja graduación alcohólica, envejecido en barrica de roble o en depósitos de acero, dependiendo si se desea preservar más o menos sus matices cítricos.

 

Otro de los mitos del vino albariño asegura que es una imitación del Riesling, casta blanca de la región alemana del Rin, y del Sauvignon Blanc, proveniente de la región francesa de Burdeos. Ciertamente, los tres poseen una aroma y sabor afrutados parecidos. Pero aquí terminan sus similitudes, pues se ha demostrado que la uva albariño no procede de Francia, sino que es oriunda de Galicia.

 

La fama milenaria del albariño es otro punto de conflicto. Aunque su calidad bien podría haber trascendido en el tiempo durante siglos, la realidad es que hasta la década de 1970-80, era un caldo regional, sin la popularidad nacional e internacional que hoy posee con toda justicia.

 

Respecto a la dificultad para maridarlo, esta falsedad cae por su propio peso y es el resultado más del desconocimiento que de la desinformación. El albariño es un acompañamiento perfecto para toda clase de mariscos y quesos como el gouda, el manchego o la burrata, sin mencionar platos tan exóticos como el sushi y otros más ‘ordinarios’ a base de pollo. Con la salvedad del chocolate y los alimentos picantes (por otra parte, imposibles de maridar con el mejor de los vinos), el albariño tiene una alta compatibilidad.