Esta semana he colocado un aviso en mi consulta “Operación bikini 2017: ¡comienza ya!”. La primera reacción de mis pacientes fue
Pero Carlos, por dios. Que acabo de guardar el bañador de este año
Precisamente por eso lo he hecho, porque después del verano llega el momento crítico en el que nos proponemos perder los famosos 2 kilos de más que todos nos echamos durante las vacaciones (que con frecuencia se suman a los que ya nos sobraban antes de las cañitas en el chiringuito y las paellas a pié de playa). Empezamos el otoño con el propósito de apuntarnos al gimnasio, comer bien. Entramos en el Decatlhon y salimos con más equipamiento tecnológico que el que lleva Iron Man: mallas de compresión, camisetas técnicas, pulsera de actividad, pulsómetro, brazalete para el móvil, auriculares inalámbricos resistentes al sudor, zapatillas de running específicas para pronación o supinación, cortavientos…
Pero llega el frío y las prendas de abrigo lo cubren todo.
Ojos que no ven, corazón que no siente
A medida que avanza el otoño los buenos propósitos se esfuman, la fuerza de voluntad flojea. Empiezan los es-que: “es que tenía un cumpleaños, es que estaba en casa y me aburría, es que con las galletas de los niños y la nutella no hay quien resista la tentación”.
Así hasta que llegan las Navidades y la operación polvorón. El problema es que hemos pasado de la buena costumbre de comprar jamones ibericos para compartir con toda la familia en las fechas señaladas a que turrones y mantecados estén disponibles en las tiendas desde finales de octubre hasta después del día de Reye.
Los dos kilos de más se convierten en siete
Para cuando llega Semana Santa son ya diez. O doce. Entonces llega de nuevo el calor y las prisas por conseguir un cuerpo 10 a base de batidos y pastillas quemagrasas. Probamos todas las dietas milagro por absurdas que sean. Un despropósito
Por eso este año voy a ponerles las pilas a mis pacientes
Vamos a comenzar la operación bikini ya mismo y esta vez la vamos a hacer bien. ¿Te apuntas?
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