Ahora que pienso en aquel trabajo siento una mezcla de nostalgia y vergüenza. Nostalgia por la frescura que yo tenía por aquellos tiempos, frescura que me permitía afrontar trabajos que ahora probablemente rechazaría sin pensarlo dos veces. Porque ahora se me caería la cara de vergüenza yendo a entrevistar a gente por la calle sin más ayuda que mi cámara.
Normalmente en las entrevistas de calle suele ir un redactor y un cámara, pero para abaratar costes a mí me enviaban solo y yo hacía de entrevistador y de cámara. Para ganarme a la gente y que no pensaran que era una broma les daba una tarjeta de la web. Los jefes (éramos tres en la ‘empresa’, dos ‘jefes’ y yo) habían buscado un sitio para imprimir tarjetones de visita. Y la verdad es que habían quedado muy chulas. De hecho, a nivel técnico estábamos bastante bien: tenía una buena cámara digital y un portátil último modelo. Pero lo de tener que buscarme yo la vida solo por la calle era exigente.
De todas formas, aprendí mucho durante aquel tiempo que hice de reportero callejero, porque también entendí los entresijos de un proyecto de ese tipo que me sirvió para el futuro. Por ejemplo, algo tan aparentemente sencillo como la imagen que ofrece un medio de comunicación, aunque sea súper humilde, es mucho más importante de lo que parece. En este sentido, mis jefes eran bastante hábiles y supieron darle a la web una apariencia profesional como si hubiera toda una redacción detrás, aunque la redacción estuviese compuesta por mí… y nadie más.
El solo hecho de buscar un sitio profesional para imprimir tarjetones de visita ya mostraba algo de perspectiva. Sin ellas yo no hubiera tenido manera de convencer a la gente de que iban a ser grabados para salir en un sitio web profesional. Porque hoy en día se te presenta cualquier tipo con una cámara y te dice que te va grabar y te da algo de reparo. Y aunque aquel proyecto acabó antes de lo esperado para mí fue algo muy especial en mi carrera.